Daviel Reyes

Un brindis por la música fusión 

Pues la verdad sigo sin entender esto de las nuevas fusiones en la música, dijo carraspeando luego de terminar su trago de mezcal y morder un gajo de naranja. Para mí el bolero debe ser bolero, la cumbia debe ser cumbia y el norteño debe ser norteño. ¿A quién carajos se le ha ocurrido eso del sontrapbolerocumbianchero? Estaban sentados en la barra de Los Álamos, en la rocola sonaba Hong Kong de C. Tangana con Andrés Calamaro y ya habían consumido media botella de mezcal Malverde. El rojo de la luz de media tarde que caía sobre el ventanal frente a la calle Sebastián Camacho teñía el bar de tonos sepias. A pesar de ser lunes, el lugar estaba a la mitad de su capacidad. Olía a cerveza y a frituras. Además, continuó Ferrer con su soliloquio, eso de rescatar las músicas tradicionales al volverlas comerciales se me hace mainstream. Miguel Centeno lo miraba de pie junto a la barra, Ferrer estaba sentado en un banco alto de madera, se habían reunido para tomar un trago y hablar de música. El Madrileño, nuevo disco de C. Tangana, había resultado la provocación perfecta para el mal humor del periodista cultural que disfrutaba, a veces, de ser un viejo cascarrabias. Los sonidos del flamenco con beats de trap, toques de tango y corrido mexicano resultaban densos, posmodernos, adictivos y emborrachaban un poco el ambiente.

Originario de Acayucan, Centeno llevaba años componiendo y tocando blues, trova y, por supuesto, son jarocho. A sus treinta y dos años se había convertido en uno de los jóvenes exponentes del resurgimiento del movimiento sonero de la ciudad. Ferrer lo apreciaba, habían compartido muchas tardes como esa entre cervezas y mezcales, guitarras y jaranas, poesía y mujeres. Más que mainstream, respondió el músico a la rabieta de su amigo, creo que es algo inevitable, se trata de un proceso que ha ocurrido en cada generación y, en este caso, la búsqueda va más hacia la unión de las músicas populares de España y América Latina. El periodista escuchaba malhumorado pero atento, como en ninguna otra fuente, su trabajo consistía más en escuchar que en preguntar. La mesera, una morena delgada y bajita, de unos veintitantos años, cabello negro hasta la cintura y blusa blanca de tirantes se acercó, les sirvió dos tragos más, puso otra naranja en el platito frente a ellos y miró a Ferrer con ojos casquivanos. El otro respondió a la mirada con una furtiva sonrisa, de esas que nunca le fallaban. 

Es inevitable, carnalito, continuaba el joven músico, lo de hoy es la fusión estructurada y armónica, ya no quedan géneros puros. La conversación había comenzado a propósito del nuevo disco en el que se encontraba trabajando, una renovación musical en la que el acayuqueño agregaba trap, hip hop, cumbia y bolero a las formas del son jarocho y a las métricas de la décima tradicional. Un nuevo Miguel Centeno, dijo limpiando sus gafas de pasta gruesa, al final es el acomodo de todo lo que traigo. ¿Pero de dónde surge la loquera por fusionar estos géneros?, lo interrogó Ferrer con renovado interés. Soy rapero de clóset desde los doce años, respondió el otro, y en esta nueva etapa trato de asumirme como lo que soy: sí soy un jaranero, sí soy un versador, sí me gusta la trova, pero reprimí todo lo demás mucho tiempo por seguir un camino. Ese camino que, me dijeron, era el que tenia que seguir.

La rocola ahora tocaba Párteme la cara, rola con la que C. Tangana y Ed Maverick invitaban a todo el bar a brindar y lo sumergían en una atmósfera por demás urbana. ¿A qué suena el disco?, balbuceó Ferrer mientras se hallaba sumergido en la densa marea flamenca y en el cabello negrísimo de la mesera. Pues suena a Veracruz, pero a mi Veracruz, es mi sabor puesto en letra y puesto en música. Sigo siendo incisivo, sigo siendo crudo, sigo hablando de lo que muchos no quieren hablar, pero también me estoy dando el permiso de de gozar, cotorrear y poder mentar madres. Si en una rola quiero hablar de que me estoy tomando una caguama pues lo voy a hacer, total eso también es Veracruz. Ya basta de solo romantizar el son, ¿no?, el periodista volvía a concentrarse. Pues sí, manito, lo que pasa es que el son resurgió y abanderó a toda una generación, pero a su vez segregó a muchos músicos talentosos. La gente de la música urbana se siente ajena al movimiento del son y por eso yo decidí dar un golpe de timón, ¿quién dice que no lo puedo hacer? Como diría Bunbury, pensó Ferrer, no es que yo no sepa perder, es que no sé ceder fácilmente.

Musicalmente en este disco, continuaba Centeno instado por el mezcal, lo que la gente se va a encontrar es la leona: así como en el norte los corridos tumbados tienen el tololoche, el tololoche chicoteado, yo tengo la leona; y quiero que suene, y que ruja y brame y que se ocupe a diferentes tesituras y diferentes ritmos. Más que la jarana y el requinto, la leona es la protagonista del disco. Cuándo olvidaré, con Pepe Blanco acompañando a C. Tangana, había puesto a bailar a la pareja de la mesa del fondo. Además hay una búsqueda por llevar este producto cultural a nuevos mercados, pues si no de qué va a comer uno, carnal, al final, somos nuestra propia empresa.

¿Cómo hacerle para vivir del arte, para hacer lo que amamos, y cobrar por ello, y ser felices? Intentó Ferrer sonar profundo, pues la camarera se encontraba cerca, fingiendo limpiar la barra, y había notado que le miraba. No sé, carnal, Centeno hizo una larga pausa en la que suspiró y terminó su trago. ¿Sabes qué pasa?, como muchos, yo sé lo que es el hambre. Yo vengo de una familia bastante acomodada, continuó mientras hacía una seña para que la chica del cabello negro sirviera otra ronda. Si por mí fuera yo tendría un sueldo fijo, administrando el negocio de la familia. O a lo mejor ya me hubieran dado un balazo. O estaría metiéndome todo el perico del mundo. O con sífilis. O todas las anteriores, intervino Ferrer divertido. Al final, güey, rechacé esa vida cómoda por ser un artista y no quiero regresar como pendejo y decirle a mi familia: saben qué, no pude. Tengo mucha hambre, carnalito, y eso me ha llevado desde jalar cables hasta cargar instrumentos. Soy muy trabajador y muy terco. He estado ahí, en el hoyo, en la puerca miseria. He sacado discos que no llegan a ningún pinche lado, he hecho canciones que no trascienden, por obstinado. Eso da como resultado que hoy pueda volver a empezar. Lo miró Ferrer como quien se observa en un espejo. No pudo evitar identificarse con esa sensación, la de contemplar el abismo, la de saber que rechazas la seguridad para adentrarte en la oscuridad incierta de tus pasiones… Hay lugares de los que uno nunca vuelve.

La camarera se acercó a ellos con la botella de mezcal a punto de terminarse. Ferrer la contempló espléndida, joven, con ojos azabache y boca pertinaz. Se detuvo esta cuando se hubo colocado frente a ellos y, con mirada bribona y enarcando las cejas, colocó frente al periodista un tercer caballito. ¿No me invitas un trago?, preguntó con una espléndida sonrisa. Un tiburón habría sonreído de la misma forma frente a un náufrago en el agua. Cómo no, chula, a tu salud, respondió Ferrer con amabilidad. La misma amabilidad de una hiena con buen olfato. Centeno se divertía. ¡Por la música fusión!, dijo alzando su trago, ¡salud!