Carlos te ha enviado un mensaje 

Aníbal del Rey

Soy un hombre tremendamente afortunado, siempre lo he dicho y lo reafirmo diariamente. Desperté bien temprano esa mañana. Mi habitación, amplia, paredes de color blanco, no hay nada mas, solo mi cama y una ventana enorme sin cortinas ni persianas, miré el cielo azul xalapeños unos minutos. El silencio también tiene eco. Me estiré. Rutina común de millenial, tomar el celular y revisar las redes sociales. Notificaciones de Instagram, likes y comentarios en mi trabajo fotográfico. “Carlos te ha enviado un mensaje: Hey, este es mi perfil”. El aliento se contuvo. “Gracias rey” respondí. Respuesta de novato.

¡Cuánta emoción recibir un mensaje de ese maquillista que logró emocionarme hasta las rodillas! Es que yo ahí siento los nervios, a unos les duele la panza, otros sudan, a mi se me ponen las piernitas aguadas y pareciera que tengo que esforzarme un poco más para mantenerme en pie. “Carlos te ha seguido”. Ese día ya empezó bien.

Las flores de antes tal vez sean los likes de hoy. Reacciones en las Instagram Stories que no sé cómo traducirlas, estoy oxidado en el arte del ligue. No necesito una relación (me queda claro), ser soltero me ha hecho mucho bien, es que en serio disfruto del tiempo conmigo. Pero es que no logro sacarme esa mirada de la cabeza, ¡qué ojos! Quiero volver a verlos.

Unos días después, luego de intercambiar números de WhatsApp, escribirnos repetidas veces, presentarnos, cuestionarnos si estábamos o no solteros, sin entender cómo y por qué, me ofrecí a pasar por él a su trabajo, ¿nunca han tenido un arrebato emocional? Es que el cuerpo y las entrañas me pidieron verlo nuevamente, en serio quería.

Detente Aníbal, no te produzcas de más. Sencillo pero provocador, coqueto pero amistoso. Que sepa que no eres un intenso. Me puse uno de mis tres pares de jeans, no importó cuál, una playera del diario, camisa de mezclilla desabotonada y con las mangas dobladas hasta los codos, mis leales tenis rojos ¡fosfo, fosfo! Solo un poquito de gel con estilo peinado- despeinado -casual el asunto-, eso sí, litros de perfume CK One, mi favorito. Subí a mi carro, un Tsuru ya no tan nuevo, gris y automático. “Ni lo lavé” pensaba mientras conducía a la zona de Ánimas. Abrí Spotify y sonó entre mis Me gusta “Runaway Baby” de Bruno Mars… Esta noche sería mi noche, la repetí unas cuatro veces durante el trayecto.

“Llegué” Le escribí en WhatsApp estacionado afuera de su trabajo. Recién pasaban las ocho de la noche. Él salía por ese portón enorme y caminaba hacia mi carro. ¡Cómo hice para que este hombre tan bello con piel morena en tonos rojizos estuviera subiendo a mi auto! Un hola bastó para hacerme sonreír.

Conduje y la plática fue fluida, nada estorbaba, las carcajadas y el gusto era mutuo, se sentía el ambiente ligero. Encontramos un restaurante en el centro de la ciudad, ¡balcón por favor! -por aquello de la sana distancia-, teníamos frío, pero también ganas de estar solos. Nadie nos estorbaba, compartimos la cena y una botella de vino. La noche no bastaba. Él pidió mezcal y yo una cerveza. ¡Cuánta química!

Hablamos de gustos, comida, sus mejores amigos y los míos, relatamos nuestras victorias y cómo las logramos, nos abrimos con los defectos que aun no podemos reparar, de eso que nos da fuerza y aquello que nos la logra quitar. Hablamos de cómo queríamos comernos el mundo entero… Aunque en verdad, yo solo pensaba en comérmelo a besos.

Ese maquillista de nariz delgada, arete en la oreja izquierda y manicura perfecta me hizo dudar por unas horas sobre mis ganas de continuar soltero. ¿Puedo volver a verte? Pregunté con miedo y creo que sin mirarle. Puso sus dedos sobre mi mano derecha y asintió con la cabeza. Rozó su piel sobre la mía y fue perfecto, el jugueteo de su palma sobre mis falanges toscos nos hizo despedirnos de manera perfecta.

¿Te puedo dar un beso? Otra vez yo y mis preguntas. Él una vez más asintió con la cabeza. Sonreí y mi mundo se detuvo, todo se paró, todo.