Entre las facultades y funciones del Poder Legislativo, acontece en el último trimestre de cada año, un suceso importante: las comparecencias.

En algunos recintos entre aplausos y/o abucheos por los espectadores, parecido a un enfrentamiento en un coliseo romano, los funcionarios se presentan a rendir cuentas ante los legisladores teniendo que dar cabal cumplimento sobre el cargo que se les ha conferido, además de “arriesgar” su carrera en la vida pública.

Unos días antes de comparecer (dicen los que saben) en las últimas horas del día, los altos funcionarios hacen un espacio en su apretada agenda para que junto a su particular realicen un ejercicio de preguntas y respuestas con la intención de practicar lo que pudiera pasar en la fecha del evento. Quizá esto también ocurre en los privados del Congreso.

Llegado el día, como si se tratara de una final de futbol, en las dependencias gubernamentales los trabajadores sintonizan la transmisión; suben el volumen, ponen atención y probablemente hasta acompañen el momento con algún refrigerio. En ese ritual emanan ruidos que exhiben burlas, risas, asombro, preocupación, enojo, solidaridad, entre otras emociones. Al final del evento hay mucho que comentar entre los pasillos. El día concluye rápidamente porque las conclusiones generan nerviosismo y ansiedad.

Las comparecencias aparecen en las primeras planas de los periódicos, donde comúnmente se mencionan los escándalos de corrupción, empresas fantasmas, coludidos importantes, acoso laboral, etc., enmarcando los desaciertos del funcionario juzgado según la investigación del legislador.

Hay que tomar en cuenta que quienes observan ese suceso ya sea presencial o virtual, son personas que tienen interés por el tema, lo conocen; saben identificar una pregunta planeada, acordada, instruida, etc. No es cosa de otro mundo que sea así, no es lo correcto, pero sí es común que funcionarios del gobierno en turno y del grupo parlamentario de su mismo partido compartan una amistad.

Si en el dominio público es de conocimiento que existen dos grupos rivales al interior del gabinete, un diputado o diputada de oposición, no pueden ser de lo más crítico con un secretario y parecer dóciles frente a otro que tiene los mismos problemas pero que pertenece al otro grupo de la rivalidad interna.

En las comparecencias siempre hay discursos que destacar. Muchos legisladores cobran relevancia por sus correctas investigaciones, por levantar la voz, por pedir un correcto ejercicio del gasto público, por exhibir corrupción, por denunciar la violencia de género, por estar en desacuerdo con el abuso de autoridad, así como el amiguismo, influyentísimo, nepotismo y demás terminaciones en “ismo”. Hacen sentir la representación proporcional y desquitan su bien pagado salario por concepto de ‘’dieta’’. 

Este ejercicio no puede ser tan honorable un día y un simple trámite al siguiente. De ninguna manera, en ningún nivel y sin importar la relevancia del funcionario, debería ser ofensivo para la inteligencia del espectador. 

Diego Lavalle, diegolavalleh@gmail.com